La costumbre de enterrar
a los difuntos y cubrir la tumba con una lápida es ancestral. En
este relieve de una tumba griega del 310 a.C. una pequeña niña que
está junto a un pato (ganso, oca o cisne) sostiene en una de sus
manos una muñeca. Los familiares que encargaron la lápida otorgaron
la eternidad a la niña, el polvo volvió al polvo y el espíritu
voló a quién sabe donde.
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