Creemos caminar por el
borde de un mundo maniqueo, a un lado la luz, el día y el bien, al
otro la oscuridad, la noche y el mal. En realidad ese límite no es
tal, es mera ilusión. Luz y Oscuridad, Masculino y Femenino, Cielo y
Tierra se funden, se entremezclan, y es humanamente imposible (al
menos en términos absolutos) discernir donde acaba lo uno, y donde
empieza lo otro.
Con la Historia y sus
personajes ocurre lo mismo. Hay una historia real y verídica,
iluminada por los documentos, concretada mediante datos, y otra
historia velada, y hasta cierto punto imaginada, sustentada en
leyendas, ancestrales creencias y tradiciones orales. Y amigos míos,
al igual que no es concebible (ni cognoscible) el Yin sin el Yang, no
pude existir la historia sin la leyenda, no podemos aprehender la
esencia humana (individual y colectiva) si no tenemos en cuenta el
mito. Nadie vibra ni se apasiona con el estudio de fríos datos,
fechas, estadísticas o listas de nombres sin sentido. Los que
buceamos en el pasado lo hacemos con la esperanza segura de encontrar
la hazaña, la pasión, la tragedia, la belleza y la magia. Sin estos
elementos el pasado se borra y la memoria olvida.
Blanca de Evraux fue una
reputada dama, hija de la reina Juana II de Navarra y Felipe de Evraux , y reina consorte de Francia, sin embargo, su fama actual está
vinculada a episodios algo más fantasiosos. Dos historias, dos
caras. Una real y documentada, otra legendaria y fantástica. La
primera la estudia la historia académica. De la otra se hacen eco
los círculos más heterodoxos del conocimiento.
Al principio de su vida,
Blanca parecía destinada a jugar un importante papel en las
difíciles relaciones entre Navarra y Castilla. Sus mayores
decidieron entregarla en matrimonio al infante Pedro (futuro Pedro I)
hijo de Alfonso XI. El enlace buscaba forjar de una vez por todas una
alianza favorable a Castilla, y a Francia. Los franceses no se
inmiscuirían en los asuntos castellanos y apoyarían en su
particular reconquista, mientras que Castilla auxiliaría a los
franceses en la Guerra de los Cien Años. La boda estaba prevista
cuando la niña cumpliese quince años, pero ni la alianza fraguó,
ni la ceremonio se celebró. A Blanca le esperaba otro rey.
A la muerte de sus
padres, Blanca quedó bajo la tutela de su hermano Carlos, a la sazón
nuevo rey de Navarra (Carlos II). Como buen hermano (y político)
Carlos intentó buscar a Blanca un buen marido, y pensó en otro
joven heredero, el delfín Juan (futuro Jean Le Bon), hijo del rey
francés Felipe VI.
Desde muy joven la
princesa despertó la admiración de propios y extraños por su
belleza e inteligencia, de tal forma que una crónica de la época la
define como "Bella Sagesse" (Discreción Hermosa). Si
hacemos casos de los documentos Blanca era un dechado de virtudes, un
modelo a seguir como dama virtuosa y fiel siempre a los intereses de
su linaje. La hija de Juana representaba el ideal de la mujer noble
del siglo XIV. Tal fue la repercusión de la infanta Blanca, que
recientes estudios han identificado a Blanca de Evreux con la heroína
protagonista del "Roman de la Dame a la Licorne et du biau
chevalier au lion" compuesto hacia 1350.
El rey Felipe VI acaba
de enviudar y debía andar el hombre un poco melancólico, pero
cuando vio en persona a Blanca, famosa en toda Europa por su belleza
y cuarenta años más joven, se enamoró locamente de ella. El rey le
dijo a su hijo Juan "que naranjas de la China", que Blanca
ya no iba a ser su esposa, sino su madrastra.
Se celebró la boda,
Blanca se convirtió en Reina de Francia y Luis encontró un nuevo
motivo de alegría. Bromas crueles del destino, el infortunado rey
poco pudo disfrutar de su lozana esposa, pues las Moiras decidieron
cortar los hilos seis meses después del enlace. Las lenguas
malintencionadas (o bienintencionadas, según se mire) atribuyen la
muerte del monarca al agotamiento sexual, lo que hablaría bien a las
claras de las dotes amatorias de la princesa navarra. No obstante, la
fogosidad del rey le permitió engendrar una hija, que fue bautizada
como Juana (onomástica recurrente en la dinastía franconavarra).
La reina viuda, con un
velo blanco sobre el rostro, símbolo del luto, abandonó la corte y
se retiró a las posesiones que su marido le había legado,
concretamente a Neaufles Saint Martin cerca de Gisors. Aunque hubo un
intento de casarla con Pedro IV de Aragón, la Reina Blanca se negó,
argumentando que por tradición las reinas viudas de Francia no
volvían a casarse. Otra interpretación sostiene que a Carlos II, el
rey navarro, le interesaba que su hermana se mantuviese como reina
viuda de Francia, y no romper el entendimiento que se había
alcanzado entre ambas coronas tras el matrimonio.
Durante sus años de
viudedad, mantuvo una estrecha relación con su hermano, al que ayudó
siempre que pudo, y con los asuntos de gobierno en Navarra. Además a
Blanca tampoco le temblaba el pulso cuando tenía que actuar, en 1364
defendió Vernon frente a las tropas de du Gesclin . Tal era la
confianza que Carlos II había depositado en su hermana que no dudó
en nombrarla en su testamento, como tutora de su hijo, el futuro
Carlos III el Noble.
Blanca murió en 1398,
recibió sepultura en la abadía de Saint Denis y nunca dejó de ser
considerada la Reina viuda de Francia. Hasta aquí la historia
oficial.
La historia incómoda,
extraoficial y heterodoxa, cuenta que en su retiro Blanca se dedicó
a la práctica de la alquimia y al estudio de las artes oscuras. Esta
historia heterodoxa está llena de intuiciones y de tópicos, que a
pesar de todo, puede ser que escondan algo de verdad. Se cuenta que
en los sótanos de su castillo hizo construir un laboratorio para
llevar a cabo sus experimentos de alquimia y que pasaba horas leyendo
y estudiando nigromancia y otras artes oscuras. Mientras escribo
estas líneas no puedo dejar de pensar en Erzebeth Bathory, devota de
la sangre.
Sus castillos de Neuphe
y de Gisors estaban comunicados mediante un túnel secreto, que como
todos estos túneles secretos no han podido ser descubiertos. La
tradición cuenta que en su biblioteca - era una ávida lectora -
poseía una obra alquímica de valor incalculable producida en el
Languedoc durante el siglo XIV, pero basada en manuscritos de
seiscientos años atrás.
Esta princesa atípica
mantuvo una estrecha relación de amistad y mecenazgo con Nicolás Flamel , acaso el alquimista más popular de su tiempo. La última
vuelta de tuerca de esta esotérica historia hace de Blanca una de
los Grandes Maestres del supuesto Priorato de Sion, la enigmática
orden de la Dan Brown escribe en el Código da Vinci. Además el
mismo Flamel sucedió a Blanca en dicho maestrazgo. ¿Dónde termina
la realidad?.
Y si hablamos de una
joven reina, guapa e inteligente, que vive en castidad, apartada del
mundo, no puede faltar una amante. Si no lo hay, se inventa. Durante
su retiro, la Reina Blanca disfrutó de la pasión amorosa de un
enigmático caballero del que poco o nada se sabe, que alguien aha
bautizado (no se bien con que criterio) como Poulain, y que visitaba
a la princesa nigromante en las largas noches invernales para ofrecer
su ardor amoroso.
Alquimia y nigromancia,
el arte de la luz y la ciencia de la oscuridad, doctrinas esotéricas
que provocan los más encontrados sentimientos de atracción y
repulsión en el alma humana. ¿Qué tienen de auténtico?. Difícil
precisarlo. A lo largo de la historia vivieron hombres y mujeres
empeñados en desentrañar los secretos y misterios de la Naturaleza,
y en el fondo no es, ni más ni menos, que la eterna y continua
búsqueda del conocimiento, una pulsión que responde a la innata e
inevitable curiosidad humana.
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