En el siglo VII d.C. los musulmanes desarrollaron un mantelete más efectivo, en especial contra los proyectiles arrojados por las máquinas lanzapiedras. Este parapeto móvil (aunque más pesado y complejo que otros ingenios coetáneos) recibe el nombre de shabakah, se reforzaba con travesaños de hierro y cuerdas flexibles que formaban una malla prácticamente impenetrable, y se disponían láminas que eran rellenadas de algodón y piel de carnero. Los arqueros y honderos que se ocultaban en el shabakah debían sentirse tan seguros como el torero detrás el burladero.
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