Íñigo, mozárabe nacido en Calatayud alrededor del año 1000, suave y manso, vivió parte de se juventud como anacoreta, primero en el monasterio de San Juan de la Peña y luego en las montañas de su tierra, tras abrazar a temprana edad la regla de San Benito. Sus virtudes y milagros llamaron la atención del poderoso Sancho III el Mayor , que fue a sacarlo de su retiro para convertirlo en el abad del Monasterio de Oña, que dirigió durante 35 años. Fue consejero del propio Sancho, y a la muerte del rey continuó al lado de su hijo, García Sánchez III , al que acompañó hasta sus últimos momentos; el rey García recibió la atención de Íñigo en el campo de batalla en Atapuerca, antes de entregar su alma al Creador. Iñigo, ferviente defensor de la paz entre los reyes, los señores y el pueblo, se convirtió en auténtico pastor y guía de su rebaño. Como un ejemplo a seguir por los cristianos de buen corazón, en el año 1259 el papa Aljandro IV concede 40 días de indulgencias a todos los fieles que honrasen con su visita la iglesia de Oña el día de la fiesta de San Íñigo.
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