Parece fuera de toda dura que en el año 1162, el rey Sancho VI,
conocido como "el Sabio" abandonó la intitulación de Rey
de Pamplona (o de los pamploneses) y decidió erigirse en Rey de
Navarra (o rey de los navarros), un título mucho más globalizador.
Los antecesores de Sancho VI se habían considerado reyes de
Pamplona, por ser esta ciudad de lejano origen romano y sede
episcopal, en torno a la cual se fue tejiendo el reino prácticamente
desde sus mismos orígenes. Los señores y barones, miembros de la
aristocracia militar, aquellos mismos que habían articulado (y en
cierta forma creado) el reino, se consideraban "seniores
Pampilonenses". Por tanto, y en sentido estricto, el rey de
Pamplona era el rey, el "primus inter pares" de esta casta
aristocrática, quedando al margen toda la masa de población más
humilde.
A los componentes de esa variopinta masa de campesinos y pastores,
se les había reservado el apelativo de navarros. Con el cambio de
titulación, el rey Sancho VI daba a entender que reinaría con el
beneplácito de todo el reino, entendido como marco geohistórico y
que aglutinaba a toda la población fuese cual fuese su condición
social; la añeja nobleza señorial, el campesino habitante de villas
y aldeas, y la dinámica y joven burguesía urbana. Intuimos aquí un
innnovación en el pensamiento político y en la propia concepción
de la monarquía, que establece una nueva relación entre el rey y
sus súbditos, superando los tradicionales vínculos de vasallaje
entre la élite pamplonesa y el monarca. Uno de los preceptos del
futuro Fuero General alude al "fuero que tiene el rey de Navarra
con sus navarros y los navarros con el rey". Historiadores
navarros más doctos que yo, sabrán corregir, o puntualizar, lo aquí
expuesto.
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