sábado, 17 de enero de 2015

TOLEDO, CIUDAD INMORTAL.



Una de las más fascinantes ciudades de la Europa medieval, mora, judía y cristiana, sus ladrillos están fabricados con el barro de la leyenda, sus cuevas las habitan ánimas de nigromantes, y en sus bibliotecas secretas trabajan silentes traductores, que conocen los arcanos de las ciencias ocultas, la magia y la alquimia.

Alzada en la margen derecha del Tajo, cuyas aguas rodean las murallas que fortifican el corazón de la ciudad, Toledo ha sido un importante punto estratégico y de encuentro entre Andalucía y la inmensa Meseta, entre el Levante mediterráneo y la costa atlántica portuguesa.

Poblado fortificado u oppidum de los carpetanos, rudos habitantes de la Meseta, que intentaron amortiguar el impacto de Roma, colaborando con sus generales antes que enfrentarse en campo abierto a las demoledoras legiones. Los eficientes ingenieros llegados del Lazio transformaron el enclave en "una ciudad pequeña, pero bien fortificada".

Tras varios avatares Leovigildo la convirtió en el centro y capital del Reino Visigodo, y en arzobispado, adquiriendo entonces una gran proyección política, militar y religiosa. La llegada de los musulmanes y la huída de los próceres visigodos de la ciudad, como toda época convulsa, está llena de leyendas que alimentan la imaginación de las almas más creativas.

Desde el principio del dominio musulmán Tulaytula se convirtió en un continuo problema para los emires y califas de Córdoba, de tal manera que cuando se produce la fitna, Toledo aprovecha para convertirse en la Taifa más poderosa de todo el interior peninsular. Médicos, historiadores, geógrafos, matemáticos y demás eruditos y hombres de ciencias fueron llegando a la ciudad, haciendo de Toledo uno de los grandes centros de conocimiento a nivel continental.


Y en 1085 Alfonso VI de León conquistó la ciudad, recuperando Toledo para la causa cristiana. Desde ese momento se convirtió en la urbe más importante para los cristianos, tanto por su ubicación estratégica, como por su aura simbólica. Significaba recuperar la capital del antiguo reino visigodo, entroncando de esta manera con los primeros reyes astures y dando un valor definitivo al concepto de Reconquista.

Quizá se haya exagerado, por aquello de lo políticamente correcto, lo del Reino de las Tres Culturas, pero lo que es innegable es que durante siglos, cristianos, moros y judíos, conviviendo o malviviendo, compartiendo el mismo espacio, y que por fuerza de la cercanía, no tuvieron más remedio que relacionarse, y de ese estrecho contacto nos queda como legado una de las más emblemáticas y maravillosas ciudades de todo Occidente.

Carpetanos, romanos, visigodos, judíos, árabes, bereberes, cristianos...¿sólo tres culturas?, nunca me he creído eso de la convivencia pacífica, los gritos mudos de un ayer rompen los cimientos del entendimiento intercultural (tristeza de un ayer, un hoy y un mañana).  

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