domingo, 30 de noviembre de 2014

CASTILLO DE BLED



Nunca noble alguno poseyó un castillo en un lugar tan rematadamente bello como este. De entre un tupido bosque de coníferas se abre paso un macizo rocoso, que surge directamente de los dominios de Plutón y se yergue por encima del bien y del mar. A sus pies las limpias aguas del lago. Sus espaldas, bien cubiertas, por la imponente cordillera alpina. Sus tímidos torreones apenas destacan en un enclave fortificado por obra de Gea. Una ubicación sublime, la Naturaleza diseñó un hermoso cuadro y los constructores medievales dieron las últimas pinceladas.


El castillo es mencionado por primera vez en 1011, en un documento de donación del emperador Enrique II, que lo cedía a los obispos de Brixen. Situado en la Marca de Carniola frontera defensiva frente a húngaros y croatas, pasó a manos de los Habsburgo en 1278.


La parte más antigua, y medieval, es la torre románica. A lo largo de todo el periodo medieval se construyeron nuevos paramentos defensivos, mejorando la fortificación con nuevos añadidos durante el Renacimiento. Como un nido que sobresale del bosque, la nobleza depredadora vigila su coto de caza particular (y feudal).



Los hombres de la Edad Media eligieron lugares asombrosos para asentarse y construir sus castillos. En siglos posteriores arquitectos del Renacimiento (y aún del Barroco), ampliaron y embellecieron (hasta el infinito) estas construcciones.  


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