jueves, 23 de octubre de 2014

IGLESIA DE SANTA COLOMA EN ANDORRA.




El románico penetró en la Península Ibérica a través de los Pirineos, o tal vez ¿salió a Europa a través de ellos?. Poco importa. El caso es que condados y reinos cristianos vieron en este nuevo estilo un instrumento de acercamiento internacional, una manera de estrechar lazos y un elemento para reforzar ideológicamente el Cristianismo frente al Islam.

Precisamente en los Pirineos, esa frontera osmótica entre España y Europa, encontramos algunos de los ejemplos más primitivos del románino ibérico, de austera sencillez, liso, escasamente ornamentado y prácticamente funcional. Tal es el caso de la Iglesia de Santa Coloma en Andorra La Vella.

Estas primeras construcciones no buscaban maravillar, ni mostrar la Gloria Divina, ni siquiera recordar al ser humano su finitud. Mas al contrario eran lugares donde reunir a los pocos aldeanos que acudían a oir misa y buscar refugio en las cálidas palabras de un sacerdote rural.


Un alto campanario de planta redonda, de influencia lombarda, fechada en los primeros momentos de un estilo sobrio y firme desde su nacimiento, es el elemento más destacado de este pequeño templo.

Los albañiles de Lombardía tenían justa fama de hábiles constructores y durante casi todo el siglo XI sus talleres ambulantes participaron en la construcción (o reconstrucción) de las iglesias de gran parte de Europa (Cataluña, Rosellón, Languedoc, Provenza, Borgoña, Renania). Esto nos lo cuenta la documentación de la época y propias iglesias, pues el estilo lombardo presenta gran uniformidad: una planta sencilla formada por una nave y laterales, cubierta de madera y muros a base de aparejo rústico con piedras partidas a martillo.


En el interior destaca al arco triunfal en forma de herradura, decorada con los restos de la obra pictórica románica del Maestro de Santa Coloma. El motivo central es uno de los iconos más representativos del estilo románico; el Cordero Místico (Agnus Dei).


Rodeada por restaurantes, carreteras, casinos y gasolineras, el mundo parece haberse olvidadeo de ella, y son pocos los visitantes que detienen su marcha para acercarse a verla. Tanto mejor. Es una auténtica gozada visitar lugares como este totalmente olvidado por la mayoría de los turistas (con y sin cámara). Santa Coloma me ha vuelto a mostrar (una vez más) lo maravilloso del arte románico más autentico, enclavado en pequeños núcleos de población y en plena naturaleza.


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