jueves, 10 de julio de 2014

PROYECTANDO ANHELOS SOBRE EL TEMPLE.




La Orden del Temple tuvo una vida efímera, pero intensa. En unos doscientos años fue capaz de convertirse en una auténtica multinacional, con encomiendas (leáse sucursales) en la mayoría de los países europeos. Después de su trágica disolución, nunca ha dejado de estar presente en el imaginario colectivo. Océanos de tinta se han vertido sobre millares de libros que se acercan a los templarios desde las más diversas perspectivas.

Cuando estudiamos el pasado, especialmente las épocas más lejanas, lo que realmente hacemos es una construcción (que no reconstrucción) histórica, en la que utilizamos como argamasa nuestra propia realidad. En ese sentido, en la construcción de la Orden del Temple, es sencillo encontrar las claves de la esencia humana, que terminan proyectándose en los Caballeros de la Orden.

Misterios insondables del alma humana que proyectamos hacia el exterior. El conocimiento supremo, al que las mentes clarividentes aspiran, es atribuido a los caballeros, freries y maestres del Temple. También se les supone conocedores, y custodios, de proderosos objetos y secretos. Además, tenían un cometido admirable y honorable, la protección del débil. Todas estas virtudes, cualquier hombre de bien las querría para él.

Pero además, en nuestro intrínseco egocentrismo, todos gustamos de sentirnos incomprendidos. Algo que también les ocurrió a estos Soldados de Cristo. Somos (y nos creemos) maravillosos, rozamos la perfección, entonces ¿por qué nos odian?
Nos envidian porqué somos mejores. Por tanto, intentarán destruirnos. No tienen nada que reprocharnos, ni delito (real) del que acusarnos. Entonces aparecen los bulos, las mentiras y las conspiraciones. ¿Cuántos de nosotros hemos oído chimes sobre nosotros, que sabemos son falsos? Y que alegría nos causa conocerlos. Rumores inventados que pretenden hacernos daños. Y qué importantes nos sentimos en ese momento. Qué hablen de mí, aunque sea mal. Exactamente igual que a los templarios.

Y el culmen. El clímax absoluto. Para los que aspiran a la suprema heroicidad, nada mejor que el martirio. Transformarnos en las víctimas injustas del deplorable sistema. Convertirnos en mártir nos otorgará la razón universal y la gloria eterna. Todos estos sentimientos humanos, y tan humanos, han sido atribuidos, con gran fortuna literaria y cinematográfica, a los desdichados caballeros templarios.


Quizás sea una visión poco ortodoxa de la historia, pero no por ello menos real y verosimil. Y si no, miren hacia atrás en sus propias vidas, y descubrirán las similitudes con la vida (y muerte) de la Orden del Temple.  

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