Todo
fluye. “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”,
escribió uno de los pensadores que marcaron una tardía adolescencia
(que sufrí, pero también disfruté); Heráclito de Éfeso, apodado,
tal vez sin criterio, el Oscuro. De la misma manera, nadie puede
hacer dos veces el mismo camino. Tú cambias y el camino cambia. Es
una máxima vital y una inquebrantable ley de la realidad. Y menos
mal que es así. La eternidad es una tortura si cada día tuvieses
que vivir, pensar, hacer y sentir las mismas cosas. Dos años después
soy distinto de aquel que se echó a caminar en el Cebreiro. La
persona que me acompaña también es otra. Y por supuesto, el camino
no es igual. Más frío, más gente, menos vegetación, otro equipo,
diferentes molestias, otras palabras (aunque algunas se repiten) . .
. todo fluye . . . el cero absoluto, la muerte definitiva, lo inerte,
es producto de la calenturienta mente (privilegiada) de unos pocos
físicos (y algunos químicos). Otra vez recordando al filósofo de
Éfeso y el Eterno Retorno, el camino no tiene comienzo, ni fin; es
una forma de vivir tu vida, donde cada pequeña etapa es un fin en sí
misma.
“El
Camino es un círculo que se cierra sobre todos sus puntos y
cualquiera de ellos obliga a recorrerlo por entero” Sánchez
Dragó.
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