domingo, 28 de abril de 2013

MEROE Y PANTIA, BRUJERÍA Y LUJURIA


"Hécate" de William Blake. 
En la Antigüedad Clásica grecorromana, ya se tenía la imagen, atávica, de mujeres dedicadas a las artes mágicas, que usaban símbolos y fluidos corporales humanos, como la sangre y la orina, para dar forma a sus terribles rituales, en un escenario cargado de lascivia, lujuria, aberración y unas pizcas de sadismo.

Sin lugar a dudas, el concepto de la hechicera que se tenía en el Mundo Clásico, traspasó fronteras temporales e influyó de manera definitiva en la configuración de la bruja europea durante la Edad Media y los siglos modernos, anteriores a la Contemporaneidad. Sirva como ejemplo la siguiente aventura vivida por Lucio, protagonista de "el Asno de Oro" narrada magistralmente por Apuleyo.


"Al oír esas palabras, pobre de mí, me siento inundado de un sudor frío, me tiritan las entrañas de tal modo que hasta el camastro, agitado por mis sobresaltos, bailaba sobre mi espalda. La amable Pantia contestó: "Dime, pues, hermana, ¿empezamos por despedazar a éste a la manera de las bacantes, o lo atamos debidamente para mutilar su virilidad?

"Entonces Meroe - pues la misma realidad me hacía comprender que, dadas las referencias de Sócrates, ése  era su nombre - : "No - dijo - ; que sobreviva ése al menos para amontonar un poco de tierra sobre el cuerpo de este desgraciado"; e, inclinando la cabeza de Sócrates, le hundió por la izquierda del cuello su espada, hasta la empuñadura, y recogió cuidadosamente en un exiguo odre la sangre que brotaba, sin que la menor gotita salpicara el escenario. Esto lo he visto yo con mis propios ojos. Y, sin duda para que no faltara detalle al ritual del sacrificio, introduciendo la mano derecha por la herida aquella y rebuscando hasta el fondo de las entrañas, la dulce Meroe retiró el corazón de mi pobre compañero. Él, al cortarle el cuello el golpe de la espada, dejó escapar a través de la herida un grito, o mejor dicho, un vago silbido y expiró.

"Pantia, cubriendo con una esponja la enorme herida entreabierta, dijo: "Atención, esponja, ten cuidado: eres hija del mar, no pases por el río". Terminada esta operación y retirándose ya, dan un empujón a mi camastro, se ponen a caballo sobre mi cara y alivian su vejiga, inundándose de un líquido terriblemente inmundo". 
Apuleyo
El asno de oro I, 13



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