domingo, 10 de febrero de 2013

SALASOS



Los salasos eran un pueblo ilirio que habitaba en los Alpes, asentándose en el Valle de Aosta. Los romanos les hicieron la guerra, el objetivo, al parecer, eran las minas y arenas auríferas que se encontraban en el territorio salaso. 

Según el historiador, y literato Theodor Mommsen: "La gran extensión de estos lavaderos de metales, que arrebataban a los habitantes de la llanura inferior las aguas necesarias para la agricultura, fue causa de que Roma intentase un arreglo pacífico y verificase después una intervención armada" (Historia de Roma) 

Tras unos primeros reveses, Roma empezaba siempre igual todas sus guerras, el territorio de los salasos fue incorporado a los dominios de la República, siendo Terencio Varrón, el general que los derrotó. Para defender su territori, los salasos, encaramados en los elevados riscos, arrojaban enormes piedras sobre las tropas romanas. 

Los salasos, en su época de mayor poderío controlaban tanto la explotación de las minas, como los propios pasos alpinos. Eran avezados comerciantes, y tras la ocupación romana, se dedicaron a vender agua, imaginamos que potable, a los empresarios que explotaban dichas minas. 

También cobraban a los viajeros el derecho a atravesar su territorio, cobrando una especie de impuesto por cruzar los pasos montañosos. Incluso en época de la dominación romana, grupos de bandoleros salasos  exigían dinero a los viajeros que debían adentrarse en sus territorios. 

"La mayor parte del territorio de los salasos está en un valle profundo, cerrado por ambos lados por montes, aunque una parte de ellos se extiende también por las laderas hasta la cima. Para los que viniendo de Italia franquean los montes, el camino atraviesa dicho valle, y se escinde luego en dos: por una parte, el que cruza el llamado Penino por las crestas de los Alpes, no transitable para las yuntas, y, por la otra, uno más occidental por el territorio de los ceutrones. 
El país de los salasos posee también minas de oro que antes, cuando eran poderosos y se enseñoreaban de los pasos, controlaban ellos mismos. El río Duria les era muy útil para manipular el metal en los lavaderos, por lo cual en muchos lugares desviaban su agua por canales secundarios vaciando por completo el caudal común. Y si bien a ellos les resultaba bueno para buscar el oro, no dejaba de ser perjudicial para los que cultivaban las llanuras inferiores que se veían privados del riego, cuando precisamente el río hubiera podido regar estupendamente la región al discurrir la corriente por una parte elevada. Esta fue la causa de las continuas guerras que tuvieron lugar entre ambos pueblos. Después de la dominación romana, los salasos hubieron de evacuar la región y sus minas de oro, aunque siguieron ocupando las montañas y vendían el agua a los negociantes que se habían hecho cargo de las minas. También con ellos las diferencias eran continuas por la ambición de los comerciantes, y así los oficiales romanos enviados a estos lugares encontraban siempre sobrados motivos para efectuar operaciones militares. 
No obstante, hasta tiempos muy recientes conservaron su poder, unas veces por estar en guerra y otras en períodos de tregua con los romanos, y con su tradicional actitud de bandoleros causaban grave daño a los que cruzaban los montes por allí. Cuando Décimo Bruto huía de Mutina le hicieron pagar un dracma por cada hombre, y cuando Mesala instaló cerca de ellos sus cuarteles de invierno hubo de pagar en efectivo la leña y la madera de olmo necesaria para fabricar los dardos y las armas para ejercitarse. Una vez estos hombres llegaron incluso a robar el dinero de César. Dejaban caer rocas sobre las expediciones militares pretextando que construían carreteras o que tendían puentes sobre los torrentes. Pero más tarde Augusto los derrotó por completo y, llevados a Eporedia (la colonia romana que se había construido con objeto de tener una guarnición contra los salasos), los vendió a todos como botín de guerra. Poco resistencia habían podido oponer los de la colonia antes de la desaparición de aquel pueblo. Se contaron en total treinta y seis mil cautivos, entre los cuales había ocho mil guerreros. Todos fueron vendidos en pública subasta por Terencio Varrón, el general que los había derrotado. César envió tres mil romanos y fundó la ciudad de Augusta, en la misma región en que Varrón había instalado el campamento, y ahora reina la paz en todos los alrededores hasta las cimas de los pasos del monte".
Estrabón IV, 7.

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