miércoles, 30 de enero de 2013

SOBRE IBERIA
APIANO (III)

4-5 Amílcar en Iberia. Su muerte. 
La primera guerra entre romanos y cartagineses fue una guerra extranjera por la posesión de Sicilia, librada en la propia Sicilia, y la segunda fue ésta de Iberia y en la propia Iberia. En el transcurso de ella, también ambos contendientes, navegando con grandes ejércitos, saquearon mutuamente sus territorios, unos Italia y otros África. La comenzaron alrededor de la ciento cuarenta olimpíada más o menos, cuando disolvieron los tratados que había concertado al final de la guerra de Sicilia. El motivo de la ruptura fue el siguiente. Amílcar, de sobrenombre Barca, cuando precisamente en Sicilia mandaba las fuerzas cartaginesas, prometió dar abundantes recompensas a sus mercenarios celtas y a los aliados africanos. Al serle reclamadas éstas por aquéllos, una vez que retornó a África, los cartagineses se vieron envueltos en la guerra de África, en el curso de la cual sufrieron numerosos reveses a manos de los propios africanos y entregaron Cerdeña a los romanos en compensación por las afrentas causadas a sus mercaderes en esta guerra de África. Por consiguiente, cuando sus enemigos lo hicieron comparecer a juicio por considerarlo, por estos motivos, el responsable de tantas calamidades para su patria, Amílcar, tras asegurarse el favor de todos los hombres de Estado - de entre los que era el más popular Asdrúbal, que estaba casado con una hija del propio Amílcar -, eludió el juicio e, incluso, cuanto tuvo lugar una sublevación de los númidas, consiguió ser elegido general contra ellos en compañía de Annón, llamado el Grande, sin haber rendido cuentas todavía de su anterior generalato. 

Una vez que acabó la guerra y se hizo regresar a Annón a Cartago para responder de ciertos rasgos, Aníbal, que se hallaba él solo al frente del ejército y tenía a su cuñado Asdrúbal como asociado suyo, se dirigió hacia Gades y, tras cruzar el estrecho hasta Iberia, se dedicó a devastar el territorio de los iberos, que no le habían causado daño alguno. Hacía de ello una ocasión para estar fuera de su patria, para realizar empresas y adquirir popularidad; en efecto, todo lo que apresaba, lo dividía, y daba una parte al ejército con el fin de tenerlo más presto a cometer desafueros en su compañía, otra parte la enviaba a Cartago y una tercera parte la repartía entre los políticos de su propio partido. Finalmente, los reyes iberos y todos los otros hombres poderosos, que fueron coaligándose gradualmente, lo mataron de la siguiente forma: llevaron carros cargados de troncos a los que uncieron bueyes y los siguieron provistos de armas. Los africanos al verlos se echaron a reír, al no comprender la estratagema, pero cuando estaban muy próximos, los iberos prendieron fuego a los carros tirados aún por los bueyes y los arrearon contra el enemigo. El fuego, expandido por todas partes al diseminarse los bueyes, provocó el desconcierto de los africanos. Y al romperse la formación, los iberos, cargando a la carrera contra ellos, dieron muerte a Amílcar en persona y a un gran número de los que estaban defendiéndolo. 

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