jueves, 31 de marzo de 2022

ALFARO, LA CIUDAD DE LAS CIGÜEÑAS.

 


Llegamos una tarde de finales del mes de junio, nuestro destino final era Navarra, y Alfaro era un sitio propicio para descansar y pasar una noche. De la ciudad lo que más nos llamó la atención es su maravillosa colonia de cigüeñas. Sus edificios barrocos parecen enteramente inspirados en el mudéjar de la región.



La ciudad de las cigüeñas es puerta de La Rioja para aquellos que llegan desde el Este. Una ciudad marcada por el paso del río Ebro y la riqueza natural que ofrecen sus aguas, un entorno natural, hábitat de una gran colonia de cigüeñas y de otras aves vinculadas con los entornos húmedos.


La colonia de cigüeñas, que tuvo su origen en las cubiertas de la colegiata barroca, se ha extendido a otros lugares situados en las alturas: tejados, torretas y salientes. La Naturaleza, viva y dinámica, compartiendo estampa con el arte y la arquitectura humanas.




Alfaro está enclavado en el Valle del Ebro, en la frontera histórica entre el Reino de Navarra y el de Castilla, y próxima también al Reino de Aragón. Por ese motivo, sus tierras han sido disputadas en numerosas ocasiones.


La vieja Gracurris, es un laberinto de callejuelas empinadas, de elegantes casas de dos plantas. En la planta baja era tradición abrir tiendas y talleres, hoy son cocheras y trasteros. La segunda planta, hoy como ayer, es el lugar de habitación.



A orillas del río Alhama, afluente del grandioso Ebro, el Ninfeo, es recuerdo material del pasado romano de Alfaro. El primer asentamiento, de la Primera Edad del Hierro (mediados del siglo VII a.C.) si situaba en las Eras de San Martín. En este lugar, en el año 179 a.C., los romanos fundaron la ciudad de Gracurris, convertida en municipio en tiempos del emperador Tiberio.



Más tarde, durante la Edad Media, es mencionada en la Historia del Cid, con motivo de la entrada del Campeador en La Rioja procedente de Zaragoza en 1094. Desde el punto de vista político el esplendor de Alfaro se produce durante el reinado del rey Alfonso VII el Emperador que concede a la ciudad el título de Noble. En 1253 Alfonso X adjudicó a las iglesias de la villa el privilegio de liberar a los abades de la obligación de pagar moneda. En el siglo XV el rey Juan II permitió la extracción de sal de Navarra y venderla libremente. Ese mismo rey, en 1424, otorgó a la villa la merced de no ser separada de la Corona. En 1626 Felipe IV le concedió el rango de Muy Leal Ciudad.


Por las calles de Alfaro transita la ruta del Ebro del Camino de Santiago. Se unirá con el ramal francés en Logroño.


La Colegiata de San Miguel, con una superficie en planta de 2000 m2 es uno de los mayores templos de toda La Rioja. Una joya del barroco aragonés, construida en ladrillo rojo y con una espectacular portada rematada por dos torres de cincuenta metros divididas en cuatro cuerpos.


Pero si algo destaca en el paisaje de Alfaro son sus cigüeñas, que han formado una nutrida colonia formada, aproximadamente, por 700 individuos, que han construido su hogar sobre las cubiertas de la Colegiata.


El 3 de febrero se celebra en la localidad el Día de la Cigüeña. Como reza el refrán “Por San Blas, la cigüeña verás”. Ese día las pastelerías de Alfaro hornean sus roscos para ser bendecidos por el santo y aliviar los males de garganta. Otra fiesta peculiar se celebra el Domingo de Resurrección, la Quema de Judas, en la que se prende fuego a un pelele del apóstol traidor. Luego comilona en el campo a base de tortillas rellenas de espárragos, ajetes, setas, chorizo . . .



La Rioja, tierra de viñedos y de cigüeñas. Y sobre todo en verano, de peregrinos xacobeos. El sol cae poco a poco por detrás del horizonte, pero antes del ocaso, las cigüeñas aprovechan las últimas luces del día para seguir alimentando a su prole. Son sus grandes nidos el principal reclamo y a la vez, patrimonio de Alfaro.




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