domingo, 11 de enero de 2015

MONASTERIO DE LA OLIVA.



Al norte de las Bárdenas Reales, un paraje árido, desierto y pedregoso situado en el sureste de Navarra, el Monasterio de la Oliva, surgió en la Edad Media, promovido por el espíritu reformador del Císter, para articular el entorno; un territorio de caprichosa orografía y complicada climatología.


Equidistante a la histórica Pamplona y a Tudela, capital de la Ribera, el nombre de Oliva aplicado al monasterio pudo hacer referencia a los olivares que antaño poblaron la zona.


El monasterio de la Oliva, considerada la más antigua fundación del Císter en la península, se encuentra emplazado en el norte de la Ribera, entre los fértiles campos de la cuenca baja del río Aragón y el desierto de las Bárdenas Reales, un lugar de tránsito hacia la Navarra Media. Al situarse en medio de un llano son varias las vías naturales y de comunicación que llegaban fácilmente al recinto monástico.


La presencia del Císter se detecta en en la zona a partir del siglo XII, fechándose en 1150 el inicio de su andadura como comunidad monástica independiente a partir de las escrituras de donación otorgadas por Ramón Berenguer IV y García Ramírez de Pamplona. Tres siglos más tarde, en 1480, comienza el declinar económico del monasterio.


Instalado en tierras del Reino de Navarra, la Oliva en el plano de la administración civil estaba sometida al merino de la Ribera, en lo eclesiástico a la diócesis de Pamplona y dentro del císter navarro, el monasterio defendería su primacía al frente de la rama musulmana que incluía también a Fitero e Iranzu.


Próximo a la histórica frontera que delimita, desde mediados del siglo XII los reinos de Aragón y Navarra. Esta situación fronteriza, revestida de inestabilidad, propició un continuo acercamiento a ambas monárquicas y posibilitó la extensión del patrimonio territorial a uno y otro lado del limes.


Dentro de un radio de 6 kilómetros, las tierras circundantes permiten el desarrollo de actividades agrícolas, tanto de secano como de regadío, la ganadería, e incluso la explotación de los bosques. La regla de San Benito ordena a los monjes elegir para el asentamiento un lugar aislado pero rodeado de todo lo necesario para asegurar la independencia absoluta respeto al mundo exterior.


La Iglesia de Santa María.
A partir de 1162 con el incremento de sus ingresos, la Oliva estaba preparada para levantar un nuevo templo monástico en consonancia con las exigencias del momento. Mientras escribo todo esto, días después de la visita al monasterio, ni puedo dejar de releer en mi menta algunas de los pasajes de "Los Pilares de la Tierra".


La construcción se inició por la cabecera, orientada, como manda la tradición hacia el oeste, prosiguiendo por el crucero y las tres naves que forman el cuerpo principal del templo, resultando un espléndido edificio de típico estilo cisterciense.


Interior de la iglesia de la abadía.


Santa María la Real preside la Iglesia.


Una de las capillas del transepto con un precioso grupo escultórico. 


San Benito de Nursia, organizador de la regla monástica. 


Roberto de Molesmes, fundador de la Orden de Císter.


Roberto acompañado de Esteban Harding, autor de la Carta del Amor, considerado documento fundacional del Císter.




Bernardo de Claraval, uno de los más destacados monjes del Císter, con él al frente la orden se extendió por toda Europa.


Sala capitular; llamada la Preciosa.
Aunque presenta algunos enterramientos, su finalidad era reunir el capítulo conventual, en presencia del abad, los oficiales - monjes designados para cumplir determinadas funciones - y los monjes de la comunidad para tomar las decisiones que afectan a la comunidad. En el caso de la Oliva el número de monjes nunca fue muy elevado. Desde el siglo XII hasta 1526, durante el reinado de Carlos V, el abad que se posicionaba al frente de la Oliva era elegido por la comunidad.


Cada miembro de la comunidad monástica tenía cometidos u oficios diferentes. A lo largo de la Edad Media, y siguiendo la documentación del monasterio, en la Oliva se contabilizan dieciocho oficios: prior, subprior, cillero mayor, cillero mediano, cantor, enfermero de los monjes, los seglares y de los pobres, hospedero del abad y de los caballeros, obrero, pitancero, portero mayor y portero, preceptor, sacristán, tallador y vestuarius.


El Claustro.
En el costado norte de la iglesia se ubica el claustro; centro y eje vertebrador de la vida monástica, comenzado a construir en el siglo XV, impulsado por el abad Lope de Gallur.


Los magníficos capiteles góticos son ornamentados mayoritariamente por motivos referentes a la vid, que nos recuerdan la importancia del vino por estos lares.



Ménsulas del claustro.


Armario para los libros más consultados y leídos por los monjes en el claustro.


Las ruinas de lo que fue la cocina, construida en el siglo XII. Los encargados de los fogones trabajaban aquí preparando el condumio de sus hermanos. 


Canalización y los pocos restos que quedan del antiguo refectorio. 


El monasterio fue incrementando su patrimonio y dominios por medio de tres mecanismos: las donaciones, las compras y las permutas. Por medio de estos procedimientos jurídicos, la Oliva consiguió disponer, al igual que una familia noble terrateniente, de villas, iglesias, otros monasterios , granjas,casas, molinos,salinas, tierras de cultivo, sotos, pastos....


Consiguió reunir durante la etapa medieval 15 villas y 9 granjas. De estas poblaciones, la cercana villa de Carcastillo fue a lo largo de toda la Edad Media el principal y más antiguo, patrimonio de la abadía. Otras villas dependientes de la Oliva fueron Mélida, Muruzábal de Andión, Cizur Mayor, Murillo del Fruto y Caparroso.


La explotación y mantenimiento tanto del monasterio como de sus tierras conlindantes, correspondían a los propios monjes, movidos por la máxima cisterciense de "Ora et Labora", los hermanos legos y los servidores domésticos. De tal manera que el monasterio, concebido coo una célula residencial con aspiraciones de autosuficiencia, termina desarrollando una doble funcionalidad de centro religioso y unidad de producción.


Los campos de cereal, los viñedos y en menor carácter olivares y huertos producían los suficiente para llenar almacenes y bodegas del monasterio. Los monjes optaron por una cabaña ganadera formada por ovejas, cerdos y cabras, así como acémilas y bueyes para el transporte y las labores agrícolas.


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