jueves, 21 de febrero de 2013

SOBRE IBERIA
APIANO (XIV)

26 Escipión infunde ánimos a sus soldados
Pero, una vez que empezaron a faltarles las provisiones y el hambre hizo presa del ejército, Escipión juzgó que no era conveniente retirarse. Antes bien, tras realizar un sacrificio, convocó al ejército para dirigirles la palabra nada más concluir éste, y adoptando una vez más el rostro y la postura de un inspirado, les dijo que le había llegado el presagio divino habitual y le había exhortado a dirigirse contra los enemigos. Y era necesario tener más confianza en el dios que en el número de tropas del ejército, pues también habían obtenido las victorias precedentes en razón al favor divino y no por su fuerza numérica. Y, con objeto de inspirar confianza en sus palabras, ordenó a los adivinos que llevasen al centro de la asamblea las entrañas de las víctimas sacrificadas. Mientras hablaba, observó que algunos pájaros estaban revoloteando y, volviéndose bruscamente allí mismo con un movimiento rápido y un alarido, los señaló y dijo que los dioses también se los habían enviado como símbolos de la victoria. Les acompañaba en sus movimientos clavando sus ojos en ellos y gritando como un inspirado. Todo el ejército seguía a un mismo tiempo las gesticulaciones de aquél, que giraba de acá para allá, y todos se sintieron llenos de ardor como ante una victoria segura. Escipión, cuando tuvo todo tal como había planeado, no vaciló ni permitió que su ardor se enfriara, sino que, como un inspirado todavía, afirmó que era necesario entablar combate al punto, después de estas señales. Dio la orden de que tomaran las armas después de comer y los condujo contra los enemigos sin que éstos los esperaran. Puso al frente de la caballería a Silano y al frente de la infantería a Lelio y a Marcio. 

27 La batalla de Carmona 
Asdrúbal, Magón y Masinissa, cuando Escipión les atacó de modo repentino, mediando tan sólo diez estadios entre ambos ejércitos, armaron a sus tropas, que aún no habían comido, con toda rapidez, confusión y tumulto. Se entabló un combate a la vez con la infantería y la caballería, y la caballería romana prevaleció por su misma táctica, persiguiendo sin tregua a los númidas acostumbrados a retroceder y volver al ataque. A estos últimos, a tan corta distancia, de nada les servían sus dardos. La infantería, sin embargo, se encontraba en situación desesperada a causa del número de los africanos y se veían superados a lo largo de todo el día. Con todo, Escipión no consiguió cambiar la suerte de la batalla, aunque corría a su lado y los animaba sin cesar. Finalmente, entregando su caballo a un muchacho y tomando un escudo de las manos de un soldado, se lanzó a la carrera, solo como estaba, en el espacio abierto entre los dos ejércitos gritando: "Venid, romanos, en socorro de vuestro Escipión que corre peligro". Entonces, al ver los que estaban cerca en qué grado de peligro se encontraba y al enterarse de ello los que estaban lejos, movidos todos de igual modo, por un sentimiento de pudor y temiendo por la seguridad de su general, cargaron a la carrera furiosamente contra los enemigos con alaridos. Los africanos, incapaces de resistir este ataque, cedieron, pues se daba además la circunstancia de que les faltaban las fuerzas al atardecer, por no haber probado alimentos. En poco tiempo perecieron en gran número. Éste fue el resultado que obtuvo Escipión en la batalla celebrada en las cercanías de Carmona y cuyo desenlace fue incierto durante mucho tiempo. En ella los romanos perdieron ochocientos hombres y las bajas enemigas fueron de quince mil hombres. 

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