Curtido en mil peligros, adaptados sus cuerpos a los húmedos y espesos bosques, prácticamente selvas, del lejano septentrión, los germanos pasan por ser los más temerarios guerreros. Se lanzan aullando a la carrera contra un muro de escudos, enfrentan el metal con el hueso. Su pecho es su armadura, sus largos y enmarañados cabellos, el casco. Hachas, espadas, dardos, lanzas, martillos, venablos y flechas, sus armas son terribles, e infalibles en su cometido, pinchan, cortan, desgarran, destrozan huesos, abren los vientres, destripan, hunden cráneos, cercenan miembros, el metal se tornó homicida en sus eficaces manos. Atacan en tropel, sin orden ni concierto, no existen jefes, una masa informe, cada hombre lucha por su propia vida y para demostrar a los demás, que él, es el más valiente de la tribu, y hacerse merecedor de los honores que el clan le rendirá en su funeral. Es preferible morir en combate que huir cobardemente y salvar la vida; los dioses jamás aceptarán en Walhalla a un hombre que falleció en la cama, ni a los que alcanzan una plácida vejez. Nunca Walkyria alguna se hizo visible ante un guerrero que dudara en el campo de batalla. El corazón del guerrero late a mil por hora; piel fría, pies húmedos, brazos tensos, mente embriagada, corazón caliente. Wotan y Thor los guían al campo de batalla, lugar para alcanzar la gloria, ninguno tan valiente como ellos; la muerte es el premio final. Lanzan terribles alaridos que acongojan a los acomodados legionarios, que viven en ciudades y lavan sus cuerpos en cálidas termas. El germano mora en el bosque, sumerge su cuerpo en tumultusoso ríos de gélidas aguas, su hogar está en una ciénaga, aborrecen el reposado vino, prefiriendo la cerveza que amarga la garganta y enaltece el espíritu. Auténticas bestias de combate, capaces de cambiar su forma y transformarse en lobo o en oso; son los terribles bersekers, humanos poseídos por los espíritus de animales salvajes, no hay dolor. Se beben la sangre de sus enemigos avatidos, devoran el corazón de sus rivales más valerosos. La valentía no es una virtud, no se trata de una opción, es una exigencia. Curan sus heridas con emplastos y lodos, y vuelven otra vez a la carga. Sus mujeres, más valientes aún que ellos, prefiriendo el suicidio a la esclavitud, los lanzan a la batalla, los devuelven al combate. Muestran sus pechos desnudos, como una pasional promesa de futuras recompensas. Germanos indomables, imposibles de domeñar, no existe en toda la faz de la tierra, unos pueblos tan valientes y aguerridos como estos.
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