lunes, 21 de junio de 2021

CASTRILLO DE LOS POLVAZARES, SILENCIOSO RINCÓN DE LA MARAGATERIA.


Acaba de amanecer y Castrillo de los Polvazares sigue durmiendo. Sus calles empedradas son nuestras. Ningún ruido, salvo nuestras propias pisadas, rompen la tranquilidad del momento. El Camino de Santiago nunca pasó por este pueblo, pero nuestros pasos nos han conducido hasta él. Cuando marchemos las casas aún no han terminado de despertar. Definida como la quintaesencia de la Maragatería. Un pequeño desvío del camino para pasear por sus solitarias (y empedradas) calles. ¿Vivían aquí los maragatos cuando se originó la Ruta Xacobea? ¿Quién llegó antes?.





Todas las guías y libros sobre el Camino de Santiago lo recomiendan. Al llegar a Murias de Rechivaldo, precioso nombre por cierto, en vez de continuar por el trazado oficial, tomamos una carretera y en poco más de un kilómetro, alcanzamos Castrillo de Polvazares. Luego no es necesario volver atrás, ya que es posible enlazar con la sirga jacobea poco antes de que entre en Santa Catalina de Somoza. La etapa que va de Astorga a Rabanal del Camino, o a Foncebadón, está pensada para disfrutar de la arquitectura tradicional de estos pueblos encantadores.




Castrillo de los Polvazares es una de las villas que más interés despierta de toda la Maragatería, una comarca, por otro lado, llena de hitos interesantes, tanto naturales como humanos. La estructura se remonta a finales del siglo XVI y se fue completando las centurias siguientes. El empedrado actual fue colocado en el siglo XIX. El sonoro nombre castrense proviene de su ubicación, en las cercanías del Castro de la Mesona. Y el apellido, Polvazares, tiene que ver con el terreno arcilloso sobre el que se asienta, una tierra rojiza que genera grandes polvaredas durante la época seca del estío y al paso de carros y carretas.




Dos cruceros, uno situado a la entrada del pueblo, y el otro al final de la Calle Mayor, protegen a los vecinos y en el pasado daban fe a los arrieros de la honradez de su gente.






La casa arriera estaba pensada y ejecutada en función de esta actividad tan vinculada al maragato, que traficaba con vinos, pescados y otros bienes. Llevaban a la costa embutidos, secanos y otros productos del interior, y regresaban desde las costas gallegas con salazones. Las casas de los arrieros ricos reflejaban su poder y fortuna, y contaban con amplias puertas para el paso de carros y patios interiores que daban paso a bodegas, almacenas y cuadras. En la planta superior se ubican los dormitorios. La cocina es encontraba en el centro, en el corazón de la casa. Las ruedas de madera que adornan la fachada recuerdan los tiempos, en realidad no tan lejanos, en que los vecinos de Castrillo se ganaban la vida transitando por los caminos.


La escritora Concha Espina situó aquí, en las calles de Castrillo, rebautizado como Valdecruces, la acción de su novela la Esfinge Maragata. La joven Mariflor acompaña a su abuela a Valdecruces y se sumerge en el mundo de la familia, la tradición y el medio.





Finalizada la Edad Media, y entre los siglos XVI y XIX a los arrieros maragatos, nunca les faltó trabajo, y Castrillo vivió su época de esplendor como muestra su esmerada arquitectura. Además algunos de ellos gozaron de prestigio y cierta influencia. Unas cuantas familias prosperaron económicamente, construyeron casas blasonadas, para remarcar su estatus social y diferenciarse de las gentes más humildes. Estos escudos los conseguían gracias a los favores y trabajos que realizaban para la corona. Algunas de esos apellidos ilustres aún perviven: los Salvadores, los Botas o De la Puente. Todo esto cambió en 1866 con la llegada del ferrocarril a Astorga. La estirpe maragata comenzaba su decadencia. El éxodo rural y la emigración hicieron el resto.



¿Qué si es maragata?. Sí, nació allá abajo e Valdecruces, silencioso rincón de la Maragatería, pero no conoce el país, muy pequeña, la llevaron a La Coruña y nunca volvió al pueblo natal . . .

La Esfinge Maragata.

Concha Espina.

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